Colaboración de Paulina García Jaime

Se habían reunido de manera furtiva, ambos engañaron a sus madres para verse, por lo menos, una última vez antes de las vacaciones decembrinas. Ambos sabían que para las demás personas, era simplemente un juego de niños y estaban dispuestos a arriesgarse, habían tenido noción alguna de lo que era la vida. Carolina recibió "la charla" de parte de su profesora de cuarto grado de primaria y ya menstruaba. Mientras que Alberto escuchó "la charla" por parte de sus padres y había leído la historia de Beren y Lúthien.
Chatearon por dos horas para acordar el momento de su reunión, a las cinco en punto; el lugar, el parque del fraccionamiento donde vivía Alberto y dos caritas felices como despedida a la pantalla.
Se vieron en el parque y ambos se contentaron de verse el uno al otro: -Hola- dijo Alberto. -Bonsoir- respondió Carolina.
Se dieron un beso de piquito porque ambos no conocían el arte y la pasión del beso y porque a Carolina le daba pena llegar a dar para más.
- Ven, acompáñame- le susurró Alberto al oído, y la tomó de la mano, se dirigieron detrás de una casa y se sentaron en la orilla de una pequeña barda. El chico raspó la esquina de una pared, cayeron pequeños trozos de yeso y salió una larva.
- ¿La aplasto?- preguntó el chico a Carolina.
- ¡No! Déjala vivir- dijo la muchacha.
Así fue, la dejó vivir porque se conmovió por el amor a la vida de Carolina, y observaba cómo salía del agujero de la pared la larva, ya que le daba timidez hablar con su amada, era la primera vez que estaban de verdad a solas.
- ¿Y qué te gustaría hacer?- le preguntó Alberto. -¿No quisieras caminar?- le preguntó Carolina. Había un gran páramo detrás de un muro alto que abría al desierto y finalmente a una subida, detrás de las casas que conformaban el pequeño fraccionamiento.
Alberto, como todo un caballero, ayudó a su dama a subir el muro para que no rompieran sus jeans, después, él se sujetó del borde y luego subió una pierna para poder subir la otra y saltó al páramo, que lo conocía bien desde su infancia.
Mientras, juntos recorrían el páramo cuando de repente, Alberto se encontró con una rama gruesa y larga, la agarró como un bastón, recordando a los viejos sabios que había visto en las películas y leído en los libros, como Borges y personajes como Gandalf, con eso, se guiaba hacia la subida, agarrando a su amada con la otra mano mientras conversaban de cosas triviales.
Llegaron al punto más alto de la subida, Alberto puso cuidadosamente su nuevo bastón al suelo y observó a Carolina cuidadosamente, mientras los rayos del sol del atardecer, brillaban tenuemente sobre su cabeza.

Vio su cabello negro y ondulado, vio que traía puestos unos tenis puestos, luego sus jeans, vestía un suéter que tenía abierta la cremallera, que mostraba su camisa azul. A pesar de su simpleza, él la veía como la muchacha más linda que hubiera conocido.
Ella observó el oscuro cabello ensortijado de Alberto, su mirada se dirigió hacia sus tenis, luego a sus pantalones color caqui y después a su camisa, que era también azul.
Ambos al final se encontraron sus miradas y se acercaron tímidamente para darse un abrazo, ambos sintieron el roce de sus cuerpos, que estaban protegidos de todo mal en el mundo, sentían un calor intenso, sus corazones palpitaban rápidamente, que el tiempo se detuvo y algo dentro de ellos sintieron con una fuerza extraordinaria para finalmente fundirse en uno solo en el finis terrae.